20
de julio de 1969. El hombre (tres hombres) llega a la Luna y a partir de ese
día, por iniciativa de un miembro del Rotary Club Internacional, cambia el
calendario de nuestro país. Y de algunos más, como Brasil y Uruguay.
En
realidad el Día de la Amistad (sí, se llama así para el resto del mundo) se
recuerda cada 30 de julio desde que se celebró la Cruzada Mundial de la Amistad
en 1958, con sede en Paraguay. Más tarde, en 2011, la Asamblea General de las
Naciones Unidas declaró “la pertinencia y la importancia de la amistad como
sentimiento noble y valioso en la vida
de los seres humanos de todo el mundo”, decidiendo designar finalmente el 20 de julio como Día Internacional de la Amistad.
Ironías
aparte, ¿qué hacía la gente antes de la década del ’50 para celebrar ese
sentimiento? Fácil: veía a sus amigos el resto del año. Los chicos salían a
jugar a la vereda, los vecinos se reunían a tomar mate, los domingos se
compartía una comida. No se hablaba de redes sociales, sino de lazos sociales.
La palabra “comunidad” designaba a un grupo de gente, no de máquinas. No quiero
sonar apocalíptica, sólo intento decir que la amistad existe si se celebra
todos los días (o para evitar el fanatismo, cada tres o cuatro días está bien)
con pequeños gestos hacia todo el mundo, no como un gran culto bajo cuyos
preceptos nos juntamos cinco o seis personas un día y excluimos a otras tantas
porque “no forman parte del grupo”.
Ahora,
te propongo que tomes un día de referencia (el que gustes) y lo conviertas en
tu propio Día de la Amistad. Sé amigable con el mundo, de todas las formas que
se te ocurran. Ese día, mandale un mensaje a una persona a quien lo le hables
hace mucho, ayudá a un desconocido en la calle (de paso, si ves un papel tirado
en el piso, levantalo) saludá al cajero del súper con una sonrisa, preguntale a
tu abuelo si tiene alguna historia que contarte (aunque sea aburrida), acariciá
algún animal (propio o ajeno) escuchá los problemas de tu vecina aunque no te
interesen para nada, preguntále a tu hijo/sobrino/nieto cómo se siente, no le
claves el visto a nadie…usá tu creatividad para sacarle una sonrisa a alguien
que no veas a menudo. Contagiá amistad. Total, pensá, es sólo por un día.
Y
para que el buen humor nunca falte, hagamos una lista de actitudes que sí o sí debería
tener todo amigo para ser considerado como tal:
ü
Te
hace sentir mejor cuando estás en medio de un mal día.
Y no importa si es con un brownie con crema,
una cerveza helada o su lógica imperturbable: “Ya va a pasar. Dejá de llorar”.
ü Te defiende a muerte delante de
otras personas:
“Ella no sabía que el flaco tenía novia…es obvio que no le revisa su Facebook”.
ü Y te defenestra cuando están a solas:
“¡¿Estás loca?! ¿Cómo pensaste que la novia
no se iba a enterar?”
ü Podés descansar tranquila/o sabiendo
que nunca va a dejar que te veas mal:
“¿Vos pensás salir así? Nos encontramos
allá, entonces”
ü
Es
la persona más sabia del mundo, aunque no te sirva para nada:
“Ah… ¿viste? Te dije que iba a pasar eso.
Vos porque no me escuchás.”
ü
Nunca
te va a mentir. Al menos no en la cara.
…
ü
Te
va a decir las cosas como son, pero va
a intentar que no suenen tan mal y vos nunca te vas a enterar de lo que en realidad te quiso decir.
“Es que la abrazó de una manera rara
¿entendés? Como si la quisiera.
–Y sí, es la amiga.
–Por eso te digo”
ü
Cuida
tu integridad más que la suya.
“-Anoche te subiste a un árbol… tuve que
trepar para bajarte.
-¿Por eso terminaste desnuda en la pileta?
Claro…”
ü
Lo
más importante es que siempre, pero siempre, va a estar ahí. Después te lo va a
echar en cara, pero ahí estará.